El
estilo y el ornamento son elementos fundamentales en la arquitectura, ya que
ambos determinan cómo una obra expresa su identidad y su valor cultural. El
estilo refleja la manera en que algo está hecho y comunica la identidad del
creador. El ornamento, más allá de ser decorativo, cumple funciones simbólicas,
poéticas y prácticas.
Ambas
proposiciones se relacionan porque el estilo se construye a partir de las
decisiones ornamentales que dotan a la arquitectura de sentido y propósito.
El
estilo es la manifestación personal o cultural de una forma de hacer las cosas.
Cada cultura, época o arquitecto desarrolla su propio estilo como respuesta a
su contexto.
Esto se demuestra en cómo la decoración y los ornamentos transmiten orden,
equilibrio y coherencia visual. Tener estilo no es solo una cuestión estética,
sino una expresión de identidad y de valores que se reflejan en el diseño. Por
ello, poseer un estilo propio tiene un valor que distingue y define la obra
arquitectónica.
El
ornamento, por su parte, no debe entenderse únicamente como adorno superficial.
Según Gaudí, la ornamentación debe usarse con intención poética o política, es
decir, con un fondo que la justifique.
La ausencia de ornamento
también puede ser una estrategia ornamental, mostrando que incluso el vacío
comunica. En muchos casos, la capa exterior de un edificio debe poder
entenderse sin depender de accesorios, y a veces es necesario crear los propios
recursos ornamentales para que respondan al contexto o al mensaje que se desea
transmitir.
En
conclusión, el estilo y el ornamento están profundamente ligados: el primero
expresa la identidad, y el segundo la materializa.
Ambos elementos deben tener un propósito funcional, estético y simbólico dentro
de la arquitectura.
No basta con decorar; es
necesario comprender el valor de cada forma, cada textura y cada detalle como
parte de un lenguaje visual coherente que une lo práctico con lo poético. Así,
la verdadera arquitectura surge cuando el estilo y el ornamento trabajan en
armonía.
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