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Las dos caras de la humanidad que presenta BARAKA...

      Cuando comencé a ver Baraka, pensé que sería solo otra película más, tal vez interesante, pero lejos de las increíbles producciones de hoy. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, comprendí que no estaba viendo una película cualquiera, sino que estaba ante una obra profundamente humana.

·      Baraka representa a la humanidad en su diversidad cultural y espiritual, mostrando que hemos evolucionado más allá de lo material.

·      Al mismo tiempo, la película nos revela cómo la humanidad ha roto su equilibrio con la naturaleza, creando una civilización brillante, pero también destructiva.

Estas dos proposiciones se entrelazan para apoyar la siguiente tesis, Baraka es una obra que expone tanto la grandeza de la humanidad como su desconexión con la naturaleza, y nos invita a reflexionar sobre el verdadero significado del progreso.

 

Baraka representa a la humanidad en su diversidad cultural y espiritual, mostrando que hemos evolucionado más allá de lo material.

Desde el inicio, Baraka nos muestra escenas de tribus, rituales religiosos, danzas, paisajes sagrados y rostros humanos llenos de vida, estas imágenes logran capturar la esencia humana en su estado más puro, sin palabras, sin actuación, solo la verdad.

Estas culturas, muchas veces vistas como “atrasadas” por el mundo de ahora, nos enseñan otra forma de vivir, más conectada con lo natural, con la comunidad y con lo espiritual. Aunque algunas escenas puedan parecernos extrañas desde nuestra manera de vivir, ahí es donde se encuentra su valor, en recordarnos que la humanidad no es uniforme, sino muy diversa en diferentes lugares. La música, cuidadosamente añadida en las escenas, refuerza estas emociones. Esta estructura musical y visual demuestra que Baraka no es solo cine, es una poesía a nuestros ojos que muestra lo mejor de nuestra existencia.

 

Cómo la humanidad ha roto su equilibrio con la naturaleza, creando una civilización brillante, pero también destructiva.

Baraka no se limita a contemplar lo espiritual o cultural, sino que, al compararlo con imágenes de ciudades explotadas, fábricas, contaminación y pobreza, plantea una pregunta fundamental, ¿por qué debe adaptarse la naturaleza a nosotros y no nosotros a ella?

En lugar de convivir con la naturaleza, la desplazamos, la encerramos en parques, la limitamos a zonas protegidas mientras seguimos construyendo autopistas, edificios y centros comerciales. Hemos reescrito el “progreso” como sinónimo de destrucción. Sin embargo, también hay belleza en lo que hemos creado. Las ciudades, los puentes, los rascacielos son testimonio de nuestra capacidad técnica y artística, ¿cómo es posible que, siendo tan pequeños, hayamos levantado estas estructuras increíbles? El problema no es el “progreso” en sí, sino el precio que ha pagado la naturaleza por él, un mundo asombroso, pero también peligroso, marcado por la inseguridad, las guerras, la contaminación y el aislamiento, que Baraka nos muestra no como cine, sino como advertencia.

 

 

Las dos caras de la humanidad que presenta Baraka, “su riqueza espiritual y su caos material” no se oponen, sino que se complementan y sin formar bandos, Baraka simplemente nos invita a mirarnos tal como somos. Por un lado, nos muestra que aún existen formas de vida conectados con lo natural, con la comunidad y con el sentido de querer existir en este mundo, y por otro, nos enfrenta a las consecuencias de nuestro “progreso”, ciudades explotadas, naturaleza destruida, seres humanos perdidos entre concreto y tecnología.

Baraka es una obra que, a través del contraste visual y sonoro, expone nuestra realidad como humanos, la capacidad de crear belleza y, al mismo tiempo, de generar caos, nos obliga a preguntarnos si este es el mundo que queremos seguir construyendo.

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